Juan Manuel Santos
consiguió al fin introducir un factor de desmoralización creciente en las cristianas
y sempiternas filas de la pobreza colombiana.
Ocurrió cuando
se ufanó en Chile de haber logrado en poco menos de un año reducir del 13 al
10% la pobreza extrema, olvidándose de paso de los desesperados esfuerzos
desplegados por la propia y extrema pobreza para reducirse a sí misma.
De modo que
aquí nadie le creyó a Santos. Y menos que menos los dueños y amos de la pobreza
extrema, que no contentos en la
incredulidad se fueron más allá, y lengua en ristre la emprendieron contra el mandatario
incierto.
Hasta de
mentiroso llegaron a tildarlo algunos de ellos.
Con argumentos
como los siguientes: “A la miseria nacional no le cabe un colombiano más. Ni
uno más. A tal grado de saturación llegó, que ya se declaró en bancarrota, empezó
a rechazar solicitudes de ingreso, y destetó y echó a la calle a centenares de
miles de colombianos que hasta ayer vivían de ella”, dijeron los amos de la
pobreza.
Y agregaron:
“De manera que si en Colombia la pobreza extrema se redujo del 13 al 10% en
estos meses, no fue gracias a Santos y a sus estadísticas, sino gracias a la miseria
misma y a la determinación de deshacerse de una porción inmensa de colombianos
que ella tenía bajo su pródiga indigencia.
Y
concluyeron: “Lo que queremos subrayar es que en Colombia ya no hay miseria
para aquellos compatriotas que está haciendo cola para refugiarse en ella. Tendrán
que cambiar de pobreza o desplazarse con ella a otra parte.
“Y que quede bien claro: ya no hay lugar en ella para un colombiano más, no por carencia de generosidad, sino porque la miseria está en quiebra, y lo que es muy grave y puede causarle la liquidación definitiva, ¡aún sigue padeciendo de sobrecupo!”.
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