Sin duda
alguna, las piernas de las emprendedoras del sexo (prostitutas) y las de los
jugadores de fútbol (¿también?) cumplen una función social bonita y admirable.
Además, es
de ver que entre unas y otras piernas existen algunas semejanzas.
Digo: no en
cuanto a sus cosas, sino en cuanto a su labor.
Pues, si
bien nos fijamos, las de los futbolistas se mueven en todas direcciones para
atajar o meter goles, según su puesto en la cancha.
Y las de las
emprendedoras del sexo se juntan o se apartan para impedir o facilitar la
“goleada”, según el caso que las ocupe.
En todo
caso, tanto unas como otras conocen de sobra la indescriptible emoción del arco
bien penetrado. O sea, la vibrante emoción del gol.
Pero a lo
que voy es a que tal vez estos parecidos fueron los que desencajaron la lengua
de algún dirigente del balompié para soltar que “los jugadores de hoy son unas
prostitutas vestidas de uniforme de fútbol”.
Esta vez sí
que pateó mal el dirigente. Porque pateó a los uniformes en su orgullo, a las
prostitutas en su negocio, y a los jugadores en sus pelotas.
Resumo: tras
muchos intentos, al fin la Dimayor logró que las prostitutas se decidieran a
emplear sus piernas en el fútbol de estadio, y dejaran el de alcoba.
Pero, frente
a esto, ¿qué estarán pensando ellas de
los dueños de la Dimayor?
No lo sé
ciencia cierta, pero imagino que su instinto maternal las está llevando a
considerarlos sus hijos predilectos.
Y exclamo
yo, ¡con semejantes hijos, para qué hijastros!
Creo, en fin,
que a las prostitutas les ha llegado el tiempo de ocupar el lugar de privilegio
que los dirigentes en buena hora les asignaron en el fútbol profesional.
Deben ser
ellas, por consiguiente, las que en los partidos salten a la cancha, y no los
mismos jugadores de siempre.
Les aseguro
que así todas las nalgas del mundo colmarán las sillas de los estadios.
Y ellas las
que manipulen las palancas de mando del fútbol profesional.
Y así, y
solo así, dejará el balompié de estar en malas manos, para quedar, al fin, en
muy buenas piernas.
Que así sea.