Es cierto: los
testículos del hombre siempre han querido mejorar la bolsa que los aloja, pues
aseguran que se encuentra desactualizada desde Adán.
Pero nada: las
revoluciones jamás se ocuparon de la zona media del hombre, y aquella bolsa
cruzó siglos y edades tan imperturbable como la que Eva tuvo en el paraíso, a
la mano y para el goce ocasional.
Llegó sin
embargo el día del cumplimiento del refrán que dice que no hay cuero que dure cien
años ni testículos que lo resistan.
Fue el día
en que el mercado inventó las leyes de la oferta y la demanda, y éstas se
pusieron enseguida al servicio de los testículos y sus sueños de una envoltura digna
del mejor gusto femenino.
Los cuatro
empezaron así un trabajo colectivo que no tiene paralelo en todo el proceso de
la evolución humana.
Distribuyeron
funciones así: Mientras los testículos continuaron, como siempre, dando lo
mejor de sí, las leyes emprendieron una tenaz campaña contra la vieja envoltura
heredada de Adán, y probada y aprobada por Eva.
La ley de la
oferta empezó por criticar el nombre de la envoltura. Sostuvo que una
mercadería que se llame escroto no debería ofrecerse ni siquiera en los “agachaderos”
de andén.
Por su
parte, la ley de la demanda insistió en que era impensable que alguien pudiera sentirse
satisfecho con la adquisición de un producto que mostrara en vitrina el aspecto
del escroto.
Hasta que la
campaña llegó a oídos de la cirugía plástica, y ésta de inmediato cogió
herramientas y se aplicó luego a lo suyo: a echar cuchillo.
Y fue así como
cuchillo y mercado lograron embellecer por fin algo que ni el Creador ni la
Evolución se habían atrevido siquiera a tocar, tal vez por temor a la embestida
del procurador Ordóñez.
Entre los testículos
favorecidos se encuentran los de George Clooney, que ya se ofrecen en empaque de
lujo, sin las arrugas de Adán y sin las imperfecciones propias del lugar.
Y todo ello gracias
a un estiramiento de piel (lifting) que tuvo lugar allá abajo, según reveló el
propio actor.
Ya entrados en
estiramientos de la zona media, los hombres no queremos que se desechen las
arrugas que el planchado de testículos deje inservibles.
Exigimos en
cambio que se desplacen un poco y sean absorbidas por la piel de aquel tubito
que también presta servicios allá abajo, y cuya movilidad se reduce un “estira
y encoge” más o menos continuo.
Y lo
exigimos porque estamos seguros que ocurrirá lo siguiente: que al momento de
desarrugarse, cuantas más arrugas albergue en su piel el tubito aquel, mayor habrá
de ser su estiramiento.
Y lo que es mejor: al natural y sin cirugía plástica.
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