jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Recuerdan a ese tipo llamado Álvaro Uribe?

Por fortuna ya son pocas las excepciones humanas que se acuerdan de Uribe Vélez. Y no es por gusto que les dé por recordarlo, sino porque no tienen algo más deprimente que hacer.
A quienes lo echaron ya al olvido hay que contarles otra vez de qué persona estamos hablando. Se trata de Uribe, aquel político antioqueño que, no solo no supo honrarla, sino que se encuentra bajo sospecha de cometer Presidencia de Colombia durante ocho larguísimos años.  

El amor desmedido a la Patria de que se ufana lo obligó a emprender un camino que a él mismo lo llenará de resonantes éxitos y a los colombianos de grandísimas y reales satisfacciones: el arduo y duro camino de las derrotas electorales.
Uribe hizo pública su entrada triunfal en el nuevo y promisorio camino de su vida con un aplastante primer logro de su propia cosecha. Ocurrió el pasado 30 de octubre, con la Alcaldía de Bogotá.

Nunca antes un político colombiano desplegó tanta inteligencia, tanta capacidad de trabajo y tanta voluntad de lucha para conseguir una derrota electoral, como las que desplegó Uribe en las últimas elecciones. Una conquista de él. Sólo de él.
Hoy se sigue hablando de los votos que le faltaron a Peñaloza como de un triunfo tan espectacular de Álvaro, que éste de orgullo bien puede sentirse bastante henchido, y los bogotanos, bastante henchidísimos.     

¿Cómo le agradeceremos a Uribe la admirable decisión de abandonar la carrera de fáciles victorias políticas que hasta ayer llevaba, para entregarse a gastar lo mejor de él en la admirable de las derrotas electorales?

La determinación que Uribe tomó, ésta de que hemos venido hablando, es tan acertada y tan necesaria para la paz y la tranquilidad de la República, que los colombianos todos no podemos menos que felicitarlo de corazón.
Y también Álvaro debe saber que en todo momento lo animaremos a que siempre sea fiel al nuevo destino que él mismo le dio a su vida, y que nuestros deseos más fervientes son porque su futuro político esté plagado de logros tan brillantes como el del pasado 30 de octubre.

Y porque sin desvío alguno convierta su transitar existencial en lo que la Patria entera quiere que al fin sea: en un verdadero “derrotero”.

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